Textos

Me gustan el agua y las palabras. Desde siempre. Entre las palabras me siento como pez en el agua. Como “un delfín rosa de los manglares”.

Las palabras ya estaban muy presentes en mi infancia. En los libros por supuesto pero también en la radio que siempre estaba abierta en la casa de mis padres. Había también las palabras escondidas e inalcanzables como las que encerraba el despacho de psicoanalista de mi madre del otro lado del descansillo de nuestro edificio parisino.

Y luego poco a poco y casi sin darte cuenta, te atraen territorios donde las palabras vinculan, hacen soñar y te permiten conocerte mejor a ti misma y al mundo que te rodea. Lees más y cosas distintas, teatro, poesía, filosofía. Escuchas relatos radiofónicos.  Te apuntas a un taller de arte dramático. Empiezas a aprender otros idiomas y aparecen otros sonidos, otros conceptos inexistentes en tu propio idioma.  

Y en este punto, como casi siempre, llega un encuentro.

Tenía catorce años, y este año tuve la suerte de tener como profesora de lengua en mi instituto, la escritora francesa Leïla Sebbar. Nos propuso escribir y dar formato a tres libros sobre las temáticas que teníamos que abordar ese año: la guerra, la madre y la relación entre amos y sirvientes. Me lancé en la aventura en cuerpo y alma, entrevisté a mis padres, intercambié cartas con mi abuela hasta tener el material que necesitaba…un proceso intenso, profundo y maravilloso. Una puerta se había abierto.

Luego, mi camino profesional se dirigió más hacia el teatro, donde las palabras están en juego, pero el cuerpo también. Y mientras gestaba mi primera obra de teatro La llamaré Juliet, empecé a navegar entre dos aguas.

Al mudarme a España, tuve que aprender el castellano. Vivir en castellano, actuar en castellano, soñar en castellano…y escribir en castellano.

Poco a poco el idioma en el cual “vives” se impone en tu mente… ¡e incluso en  tu subconsciente! Una vez más, casi sin darte cuenta, vives una invasión lenta y curiosa. Empiezas a decir las palabrotas en tu idioma de acogida, a tomar notas en tu agenda en este idioma que era “extranjero” hace poco, a hablar en voz alta en otro idioma que tu idioma materno. Luego ya, te enfadas un poco cuando te encuentras buscando palabras en francés, palabras sencillas que se quedan bloqueadas atrás, atrás…  Y un buen día, cuando decides escribir un poema, te entra la duda.

Una duda perturbadora. Al alcance de la mano y de la lengua, está el castellano. Pero al alcance de tus recuerdos profundos, de tus sentidos, está tu idioma materno. Puedes elegir. Se abre una segunda puerta. Y descubres que puedes jugar, elegir la distancia creativa del idioma de acogida o la vibración llena de las palabras que aprendiste en la infancia. Empieza también un diálogo maravilloso, lúdico e íntimo a la vez. Escribes en un idioma, intentas traducirlo al otro y en este camino te encuentras de todo: conceptos que no existen en uno de ellos, palabras que te gustan más en el idioma aprendido que en tu idioma materno… De la traducción vuelves al texto original para enriquecerlo del viaje que has hecho rodeada de sonidos, significados, ritmos. Un diálogo entre dos territorios que ya hacen parte de ti. Un regalo a disfrutar y compartir.